lunes, 15 de enero de 2007

EL OJÁNCANO



De entre todos los seres extraordinarios que pueblan las montañas, valles y bosques cántabros... de entre los mitos que vivieron o viven en tierra española... de entre todos los monstruos que cautivan y atormentan la imaginación... de entre los ogros que atormentan a los niños y amedrentan a los hombres... de entre todos los símbolos del mal, la crueldad y la brutalidad, aquel que sobrepasa a todos por su estatura, fuerza, fiereza, monstruosidad y perversidad es el Ojáncano, salvaje habitante de las profundas y tétricas cavernas perdidas en los más recónditos parajes de la Montaña, sólo abandona su guarida por la noche... para salir a sus diabólicas y destructoras correrías.
Es el Ojáncano un descomunal gigante, tan alto como los árboles más altos del bosque y más robusto que los duros peñascos que sostienen a las montañas. Sus pies son enormes y descalzos, tiene diez dedos en cada uno, y cada dedo termina en una uña potente y acerada como pico de buitre. Sus gigantescas manos tienen también diez dedos cada una y parecen garras con uñas de pedernal .En una de ellas suele llevar una honda de piel de lobo con la que arroja pedruscos, y en la otra un recio bastón negro que puede transformarse en lobo, víbora o cuervo, los tres animales malignos amigos suyos.
La parte delantera de su cuerpo está oculta tras una barba enmarañada que le cae como una cascada sucia hasta casi las rodillas. Entre los pelos que la componen , se distingue perfectamente uno blanco que es su punto débil, si alguien logra arrancárselo el gigante morirá inmediatamente.
Su rostro es de color moreno amarillento y aparece realzado por una variopinta variedad de verrugas. La boca tiene dos filas de dientes de varios colores en cada mandíbula, y unos labios gruesos y peludos. La nariz es enorme y tan saliente que sirve de percha al cuervo cuando se acerca para contar al Ojáncano lo que ha visto desde el aire. Encima de ella, bajo una tupida ceja, cubierto por un párpado rugoso salpicado de puntitos azules se abre el ojo del gigante, ojo enorme y brillante, de mirada siniestra, que lo ve todo por muy distante que esté, ojo que hay que cegar para poder acercarse a arrancar el pelo blanco de la barba.
El Ojáncano no vive solo en su cueva, sino con la Ojáncana, un monstruo incluso más feroz que él. De aspecto similar al de su compañero pero con dos ojos cubiertos de legañas, carece de barba aunque también es muy peluda, de su cabeza cae una larga cabellera estropajosa que le cubre toda la espalda. Es chata, de belfo caído, y tiene dos colmillos afiladísimos en espiral con los que despedaza a los niños. Pero lo más característico de la Ojáncana son sus pechos enormes y rollizos que le cuelgan hasta el vientre, de modo que cuando corre enfurecida, se los echa por encima de los hombros para que no la estorben. No son símbolo de un verdadero sentimiento maternal, pues la Ojáncana no se reproduce y además es incapaz de experimentar cualquier tipo de afecto. Con ellos amamanta mediante sangre a los gusanos que se convertirán en Ojáncanos y Ojáncanas.





































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